Volvamos a lo básico
Los tiempos de desierto como COVID-19 son oportunidades para revisar nuestra identidad medular como iglesia: nuestro ADN denominacional, por así decirlo. Volver a lo básico nos ayuda a reenfocarnos en nuestro propósito misional. Una de mis historias favoritas de los primeros nazarenos es cómo llegamos al nombre de "Iglesia del Nazareno". Después de una sesión de oración de toda la noche por parte de laicos y ministros, los líderes fundadores se reunieron para discutir qué nombre le pondrían a esta nueva expresión de una iglesia con mentalidad de santidad. Un laico sugirió el nombre "Iglesia del Nazareno". Fue una idea interesante. El nombre sería un testimonio simbólico de que la iglesia naciente se identificaría con el aspecto del ministerio de Jesús de cuidar a los desatendidos y aquellos que habían sido desplazados a los márgenes.
Jesús nació en un pequeño pueblo llamado Belén. Sin embargo, se crió en una aldea aún menos conocida llamada Nazaret. Un ángel del Señor le había advertido a José en un sueño que la vida del pequeño Jesús estaba en peligro. ¿Cuál era el único lugar donde podría esconder a Jesús y que a la vez no despertaría sospechas de ese pudiera ser el lugar de procedencia del mesías? Nazaret. Era un lugar apartado para aquellos que querían pasar desapercibidos. Aún más, tenía la reputación de ser un lugar del que nadie quería ser. Había un dicho común: "¿Puede salir algo bueno de Nazaret?" (Ver Juan 1:46). Era una aldea de la clase obrera y trabajadora compuesta principalmente por personas empobrecidas, poco educadas e ignoradas. La gente poderosa y rica vivía en el sur de Palestina, Jerusalén, que era el centro político y espiritual de Israel. Sin embargo, Jesús pasó la mayor parte de su ministerio en la región norte de Galilea, sirviendo a los que habían sido abandonados u olvidados: las personas de Nazaret.
Fue a “esas personas de Nazaret” a quien los primeros nazarenos tornaron su atención. En la práctica, ellos se convirtieron en el foco de su misión, expresada en el nombre de “Iglesia del Nazareno”. No es que no quisieran incluir a los ricos, famosos y poderosos; sino que la mayoría de las iglesias ya tenían a ese grupo cubierto. Después de todo, ¿quién no querría asociarse con personas a las que les va bien en todo? Sin embargo, nuestros fundadores tomaron una decisión misional estratégica: iremos a donde nadie más quiere ir y serviremos a aquellos en lugares de donde nadie quiere ser. Tomaremos la toalla y el lebrillo y lavaremos los pies de los marginados en el nombre de Jesús. No es de extrañar que las misiones, la compasión y la educación sean tan importantes para nuestra misión. Está en nuestro ADN, es lo que somos.
Cuando Jesús dijo: "Edificaré mi iglesia y las puertas del infierno no prevalecerán contra ella" (Mat. 16:18), no estaba diciendo que las fuerzas del infierno no podrán destruir a la iglesia. ¿Por qué afirmo esto? Porque las puertas no son armas, las puertas son para protección. Más bien, Jesús estaba proclamando que el infierno no podrá resistir el avance de la iglesia mientras sitiamos las puertas del infierno y cumplimos la misión de la iglesia. Desde nuestros inicios, las "puertas del infierno" que atacamos son los lugares de Nazaret donde el pueblo de Nazaret están esperando las "buenas nuevas a los pobres; sanidad a los quebrantados de corazón; libertad de los cautivos, y vista a los ciegos; libertad a los oprimidos; y la predicación del año agradable del Señor" (Lucas 4:18-19). Cuando volvamos a esos conceptos básicos, nuestros conceptos básicos, el Espíritu del Señor estará sobre nosotros y las puertas del infierno no prevalecerán contra nosotros.
La crudeza de COVID-19 puede ser un regalo divino para volver a lo básico y recordarnos que servir a la gente de Nazaret está en nuestras raíces. Ni siquiera una pandemia mundial puede frenar una misión de este tipo ordenada por Dios, comisionada por Jesús e impulsada por el poder del Espíritu Santo.
Junta de Superintendentes Generales